Avisa que viene una mañana luminosa. Y viene.
Se asoma por la reja —se ha acercado audaz— y al mirar que
es mirada baja la mirada llena de pudor.
Saluda comodiosmanda, pasa con la timidez de juanporsucasa,
conversa un minuto y se deja tocar la muñeca.
Luego todo es confusión de labios atrevidos, manos temblando
por explorar las pieles, por confirmar indagaciones —es cierto este rumor de
pelvis, cierta la lucidez de los escritos, ciertísima la emanación de los
sudores—, por encontrar lo ya encontrado, de brazos adyacentes, ijares, una
curva hondísima en la región lumbar, salivas arriesgadas, olores iniciados en
su reconocimiento.
Han pasado noches y días a la velocidad de un instante.
Dice que no vendrá una tarde nublada. Y sí: no viene.
Entonces la casa comienza a llenarse de preguntas metódicas,
de inquisiciones administrativas, de cronicones momentáneos y dudas insensatas.
Es el tiempo de poner por escrito aquello que aún queda en
la carne viva, los aceites que rezuman todavía sus vapores, las prístinas gotas
de la esencia esparcida por los suelos.
En ese tiempo de cierta locura vuelven a florear las puertas
por donde puso las espaldas, los sillones indican con precisión científica el
pliege y su nomenclatura, el modo en que la cabellera se posaba, volaba en un
requiebro, cubría unos párpados idos a la exaltación de Santa Teresa.
Es el tiempo de San Juan en su celda.
Vuelve un día. Y el día vuelve con sus noches.
Quizá no se haya dicho nada de su voz —nadie puede repetir
esa voz en este oído—, quizá nada del tono de sus iris —ningún ser vivo habrá
de verlos al sol o en la penumbra de la madrugada ni en las indefinidas
clarideces del ocaso en este ojo—, quizá nada —en absoluto— de su tersura en el
hombro en la planta en los resquicios de sus senos en el abismo lúmbico en el
arranque de sus muslos en las corvas en la base de la cabeza por atrás de su
oreja izquierda —con este tacto, con esta lengua— ni sobre la herida de su
vientre ni acerca de la forma estricta de su vagina ni rozando el ilíaco que aún
se ríe —no habrá nariz que recuerde sus variedades religiosas sino ésta que firma
de dedo y piensa en sus deslices y sus delicadezas ahora que no está—: pero no
importa: ella vino, vio y por el momento deja que esto se escriba.
“Haremos la dediospadrecomoanimales”
Sería prolijo entrar en detalles —es el amor su ausencia,
su fraseo finido, su modo de cortar la carne —es el amor su estar como si no
estuviera su irse como si se quedara sus olvidos recordados a tiempo sus recuerdos
del deber para siempre extraviados —es el amor su modo de ocuparse en las
ociosidades, de rabiar por lo torcido del mundo, de apuntar con dedicado esmero
lo que ha de venir y lo que acaso ya no vino.
Vengo —exclama— y en la insensatez del tiempo viene
Voy —anuncia— y en la necedad del mundo viene
Vaya —sé— todo es cierto por una vez en este instante incluso
si no viene
Suena ya la campana de San Francisco media hora antes del
mediodía —ya ha de venir
—los dejo.
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